La clase media está pasando a la historia. A ellos les está afectando esta maligna crisis de una forma dramática. Todo el mundo anda con la mosca detrás de la oreja, los obreros de toda la vida, los arquitectos, los ingenieros, los artistas, las profesiones liberales. En fin, todo el país.
Se sabe dónde esta la capital de España, pero quién sabe dónde está el capital, que ya no se esconde debajo del colchón sino en los llamados paraísos fiscales, que hay varios, no sólo en Belice y Lichtenstein sino en otros lugares extendidos por el planeta. La hermosa palabra paraíso se ha degradado vergonzosamente con la connivencia implícita de muchas naciones e instituciones.
Si hay voluntad seria para ello, no debe de ser difícil acabar con los paraísos fiscales. Basta con consultar la Biblia. En el Paraíso vivían tan ricamente Adán y Eva ajenos a los impuestos y a la Agencia Tributaria. Pero se ve que a Dios no le gustaban demasiado nuestros primeros padres y decidió expulsarlos de una forma sencilla, aunque extraña (los dioses son así): se valió sencillamente de una manzana, una serpiente y una mujer golosa y antojadiza. ¿Es tan difícil infiltrar a esos elementos en un paraíso fiscal?
Parece que son necesarios los recortes. Pero, ¿qué tijeras se están utilizando y con qué criterios? Las calles de toda la nación están llenas de la ira de obreros, de la sufrida clase media, de estudiantes, de clases pasivas y de pequeños y medianos empresarios. El negocio del taxi, por ejemplo, ha bajado en los últimos meses hasta un 50%. La ira es un clamor que no sabemos hasta dónde y hasta cuándo se va a prolongar. Va para rato no sólo aquí sino también en muchos países de Europa, donde ya no mandan sus propios gobernantes sino la señora Merkel.
De momento, las revueltas sociales es casi seguro que durante unos años serán primera página en los medios de comunicación y en las redes de Internet. El miedo, la tristeza y la incertidumbre se apoderan progresivamente de la ciudadanía. Ahora mismo hay en España 580.000 hogares sin ingreso alguno. Incluso entre los que tienen la suerte de trabajar hay una bochornosa diferencia salarial: las mujeres cobran un 22% menos que los hombres.
Ya no existe el estado del bienestar sino todo lo contrario. Se nota en la vía pública y hasta en los bares, donde los parroquianos se pasan la tertulia maldiciendo de su situación. Y si salta la voz de algún optimista ignorante, todos se ríen de él. No es raro que se incremente el número de chorizos callejeros y de los atracos en todo tipo de establecimientos. Tienen mucho más futuro los cerdos. Estos últimos siempre pondrán en su Autobiografía de un Jamón: "Yo era un cerdo, pero me curé". Pero será difícil su curación con los tijeretazos que están dando a la Sanidad Pública.
(1) Ricardo Cantalapiedra, periodista y escritor, es Premio Don Quijote de Periodismo 2011. Escribirá todas las semanas en capitalmadrid.com su particular visión de la crisis económica.