Las perspectivas para la Conferencia del Clima se anuncian tan tristes como el clima de Glasgow, la COP26. Ningún indicio de que China o India comprometan una fecha para el abandono del carbón como el combustible utilizado por las térmicas. Ninguna garantía, tampoco, de que los grandes emisores de CO2, China, EEUU y un gran número de países ricos estén verdaderamente decidios a financiar las reformas medioambientales que deben acometer los países pobres.
El principal obstáculo para el abandono de los combustibles fósiles no es otro que este objetivo no coincide con las ambiciones de una humanidad y sus dirigentes que sitúan como gran prioridad el crecimiento del PIB. Las encuestas son elocuentes. Acectación del coche eléctrico pero que nadie se atreva a subir el precio de los combustibles.
El gobierno Austriaco ha lanzado una original propuesta: el billete de transporte interurbano solo costará 3 euros diarios (metro, autobús, ferrocarril). Una apuesta competitiva frente al automóvil particular. Un incentivo para los habitantes urbanos y suburbanos. ¿Tendría una iniciativa parecida algún éxito en España? Todo es proponérselo.
¿Qué decir también sobre la propuesta laboral de 4 días como moneda de cambio contra el cambio climático? Simon Kuper propone esta fórmula en base a un estudio de Galup según el cual solo uno de cada cinco trabajadores se encuentra identificado y contento con su trabajo.
Recortar la jornada laboral no es una provocación. La Historia demuestra lo contrario. En 1870 la jornada laboral era de 60-70 horas semanales, lo que equivalía a tres mil horas al año, según afirman los historiadores Michel Huberman y Chis Minns. En 2019 el total de horas trabajadas anualmente había bajado a 1.383 en Alemania y 1.777 en EEUU.
En Holanda la jornada laboral actual es de 30,3 horas semanales, una jornada que, sin embargo, mantiene una economía competitiva y unos índices de felicidad individual entre los más altos de los países ricos. Alguien tan poco sospechoso de ideas colectivistas como Richard Nixon propuso ya en 1956 una jornada laboral de 4 días.
La reducción de la jornada de trabajo reduciría las emisiones de CO2 y si los Estados se espabilan con iniciativas como la Austriaca el atractivo del automóvil puede ser prontamente sustituido por un transporte publico de superficie con autobuses eléctricos. Menos contaminación, menos horas laborales y más felicidad ciudadana como en el caso de Holanda sin renunciar a una economía competitiva.